En los días que no tengo nada para decirte,
recuerdo tus palabras, dichas de aquella forma especial que tienes al hablar,
abuso de mi poca memoria y rebusco entre nuestras risas,
y se me viene a la mente tu rostro,
tu boca rodeada de surcos, producto de los últimos dos mil cigarrillos,
sueltas a los demonios que hacen tu tristeza,
se encuentran con los míos que brincan entre las ramas,
huyen y nos dejan atados con los hilos de nuestra mirada,
ya solos los dos y despojados de miedos,
nos encontramos en las esquinas de nuestra historia,
que cada vez resultan más inciertas,
hechas de pisos falsos que se rompen con mis tacones,
y putas arrimadas a las puertas que esperan vernos pasar,
tengo grabadas todas las veces que me invitaste a bailar,
tu mano que me lleva a otra vida,
el olor de tu cuello que se impregna en el mío,
y la sensación cuando estrechas mi espalda de que no me soltarás nunca,
nos inyectamos canciones en las venas,
a fin de teñir de acordes los techos húmedos de nuestras cuevas,
de vez en cuando les regalamos días sin vernos
porque nos han ganado las dudas
y heridos como cada verdad que duele,
volvemos al mismo lugar a curarnos las cicatrices.
He tratado de odiarte después de cada visita,
y borrarte en el mismo instante en que damos la vuelta de regreso al cuento que nos inventaron
Confío en que tu, siempre tengas algo para decirme
Advertencia: Esta es historia sin punto final
No hay comentarios:
Publicar un comentario